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Hay tradiciones que el paso del tiempo, en lugar de convertirlas en algo anacrónico y sin sentido como sucede en muchos casos, refuerza sus cimientos hasta hacer de ellas prácticamente un dogma. Uno de estos casos en la famosa Piedra del Destino, también llamada de Scone –por el lugar donde se encontró- o Piedra de la Coronación.
Se trata de un bloque de piedra arenisca que durante años estuvo conservada en la Abadía de Scone, hoy Palacio de Scone, y que era utilizada por los reyes de Escocia durante la Edad Media cada vez que eran coronados. Hasta que llegaron los ingleses con las rebajas en el siglo XIII y por obra y gracia de Eduardo I fue llevada a la Abadía de Westminster en Londres al grito de la piedra es mía y ya no me junto con vosotros, escoceses, so tacaños.
Sin embargo en 1996, el Gobierno Británico aceptó que se devolviese a sus legítimos propietarios, a cambio eso sí de que en futuras coronaciones volviese a Londres. Veremos a quien nombran entonces como rey, si al casi anciano Carlos o bien a su hijo Guillermo. Obviamente en el hipotético caso que se muera la reina de Inglaterra, un personaje eterno, que si sigue el camino de la reina madre, el futuro rey sería como poco uno de los hijos de Guillermo. El caso es que a día de hoy la piedra se encuentra en Castillo de Edimburgo junto con las joyas de la corona Escocesa.
Como todo objeto de culto que se precie, sus orígenes son remotos y su extraordinario recorrido fruto de las diferentes mareas que impulsan la historia. En concreto, la leyenda más clásica es la que dice que es la almohada que utilizó Jacob aquella tarde en la que se tumbó a echar una siesta campera y soñó con la famosa Escalera de Jacob, escala por la incesantemente subían, cual hora punta en el metro, una infinidad de seres. Más tarde dicen que fue robada, más bien en todo caso hurtada, a Moisés, al dejarla a orillas del mar rojo mientras estaba en sus cosas. La piedra fue entonces llevada a Egipto por Scota, que daría el nombre a Escocia, hija de un faraón egipcio que el tiempo la convertiría en mito para los pictos, bravos guerreros habitantes de Escocia que siglos más tarde daría leña a los romanos, impidiendo que Caledonia fuera conquistada por estos. También se dice, eso sí, que antes de dar el salto a la tierra del whisky primero hicieron parada y fonda un tiempo en España, asentándose en La Coruña y sacándose el abono para el Depor.
Lo más probable es que la piedra fuera un antiguo sitial de coronación de las tribus autóctonas, que fue llevado de un lugar a otro hasta acabar en Scone. Su desplazamiento se debió a Eduardo I de Inglaterra, despojando a los escoceses de uno de sus símbolos más preciados que forjaban su identidad.
La piedra se llevo a la Abadía de Westminster en Londres y se construyó una silla diseñada especialmente para almacenarla debajo, La silla de San Eduardo, donde desde entonces han sido coronados todos los reyes británicos menos María II de Inglaterra. Cuando se unificaron las coronas de Escocia e Inglaterra en la dinastía de los Estuardo, los reyes escoceses de nuevo volvieron a ser coronados sobre su piedra, aunque sin que ésta se moviese de Inglaterra. Lo bueno es que hay quien dice que a Eduardo I lo timaron y la piedra que se llevó a Londres no era la original, sino un pedrolo corriente con el que le dieron el cambiazo.
En el pasado siglo, la piedra salió dos veces de Inglaterra, una por un breve espacio de tiempo y otra de manera definitiva. Durante la Navidad de 1950, cuatro estudiantes escoceses presos de un exacerbado sentimiento nacionalista y de unas aburridas vacaciones sin apenas ningún aliciente, afanaron la piedra de la Abadía de Westminster. En la operación la piedra se partió en dos. O ya estaba partida, pues según unos ya estaba partida gracias a un atentado de unas suffragettes –movimiento de mujeres británicas y americanas que reclamaban su derecho al voto a principios del siglo XX- antes de la Primera Guerra Mundial. Escondieron la mayor de las partes en Kent, y días más tarde atravesaron la frontera con ella en el maletero del coche. La otra parte llego a manos de un viejo político de Glasgow que la hizo reparar por un cantero profesional.
Ante la presión social, que no estuvo muy a favor del latrocinio, y sobre todo que la reina de Inglaterra debía ser coronada en breve, concretamente en 1953, y no llevar a cabo la coronación sentada sobre ella daría lugar al principio del fin de la monarquía, los intrépidos muchachos no tuvieron más remedio que devolverla tras tirar de botes y botes de supergen para fijar como pudieron las dos partes. Fue abandonada en la Abadía de Arbroath el 11 de abril de 1951 y felizmente recuperada por la policía.
La segunda vez que salió de Inglaterra fue ya de una manera oficial y definitiva. En 1996, gracias al primer ministro John Mayor, la piedra fue escoltada por el ejército desde Londres hasta el Castillo de Edimburgo, donde desde entonces descansa tranquilamente a la espera de una nueva coronación.

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