Mi relato sobre vida universitaria «Una versión nueva» se ha hecho con el accésit del XVI Certamen Internacional de Relatos sobre Vida Universitaria otorgado por la Universidad de Córdoba.

Aquí os dejo el relato, seguro que más de uno se siente identificado con él…

UNA VERSIÓN NUEVA

   Zambra y recuerdos en la Facultad de Derecho. Serpentean por el viejo claustro antiguos alumnos escoltando a camareros cargados con platos de jamón. Es momento de saludos, sutiles quiebros a excompañeros pesados y requiebros que salen del alma.

   -¡Hombreee, Rafaaa! ¡Estas igual que hace veinticinco años!

   Rafa saca pecho palomo mientras sonríe triunfal ante el elogio. Gallea ingenuo, sin percatarse del consenso general sobre su estable fealdad. Esa que nunca puede ir a peor. Su amigo Luis, en cambio, no puede decir lo mismo.

   -¡Laura, mira allí, junto al naranjo! ¡Luis el buenorro! ¡Gordo y retaco!

   -¡Madre mía, Silvia! ¡Si parece Fernando Esteso!

   Las dos letradas caminan hacia la barra, escupiendo mealegrodevertes y estaisiguales a modo de mantras protectores frente a posibles críticas al estado de sus cuerpos serranos.

  La convocatoria del cuarto de siglo de la promoción 1997-2002 es un éxito. Cerca de noventa compañeros confraternizando en camarillas itinerantes que actualizan vínculos perdidos. Parciales, apuntes fotocopiados, mañanas de biblioteca, tardes de cafetería y cartas, suspensos en cuartas convocatorias… Remembranzas que ejercen de santo y seña para franquear el pasado.

  Es solo el calentamiento. Cuando finalice el breve acto oficial organizado, el respetable partirá hacia el lugar contratado para el sarao. La hora del cóctel y del chimpún. Porque hoy es uno de esos días en los que el cuerpo pide comisaría. Y todos lo saben.

  En una esquina, amparados en el anonimato, un pequeño grupo de sesentones trasiega medios de Doblas mientras observa envidioso a esa chavalería que, aunque próxima, aún no ha comenzado a descender la cuesta. El totum revolutum de médicos, enfermeros, filósofos y veterinarios jubilados brinda por el cincuenta aniversario de la Universidad de Córdoba. 1972-2022. Es momento de conmemorar un comienzo que aspira a perpetuarse en las generaciones venideras. Brindan también emocionados por las bodas de oro del inicio de sus carreras.

   Apuran sus medios y neutralizan a un camarero que deambula despistado gambas en ristre. Prietas las filas, lo rodean sin escapatoria. Hombro con hombro, cubriendo con resignación los infaustos huecos que la vida ocasiona entre los camaradas.

   La elección de su lugar de celebración no es casual. Varios de los presentes tienen hijos entre los antiguos estudiantes de derecho. Los contemplan exultantes, orgullosos del rastro que dejarán tras ellos. Hasta Marcial Sotillo, excatedrático de Filosofía y Letras, quien nunca las tuvo todas consigo respecto a su hijo Rafa. Sobre todo, tras comenzar su octavo año de carrera…

   Silvia y Laura, cerveza en mano, hacen trajes a discreción a todos los compañeros con los que se cruzan o divisan en lontananza. Que si María Gutiérrez no terminó la carrera y está ahí tan pancha; que si a Paco el de Montilla le subían las notas por los contactos de su padre; que si Luisa la pija se liaba con el de las prácticas de mercantil I, lo dice todo el mundo… La gente las esquiva como puede, conocedora de su endémica afición de hablar por la espalda. De ahí lo acertado de su mote: las habichuelas.

   Poco a poco se va haciendo el silencio. Ángela Martínez, catedrática de derecho procesal, sube al atril colocado en el lateral del claustro y suelta un emotivo discurso que consigue derramar alguna que otra lágrima entre la concurrencia. Cuarenta años ininterrumpidos de clases magistrales son las medallas que adoran su guerrera. Un prolongado aplauso pone fin a tan brillante intervención. Sus antiguos alumnos muestran aprecio y respeto.

  El conmovedor clima generado por las palabras de la catedrática propicia la exaltación de la amistad y los abrazos para todos. Incluso las habichuelas reciben tantos que cruzan miradas de angustia ante la súbita acumulación de trabajo.

  De pronto todos se giran hacia un lado. El mar de nostálgicos licenciados que baña el claustro se abre en dos ante el paso firme de un tipo desgarbado y de largo pelo cano. El Moisés de los pobres centra la atención con su perturbadora presencia.

   -¡Mínguez! ¡Es Mínguez!

   El siniestro eco que produce el apellido trae a la memoria episodios olvidados. Como el del famoso examen sorpresa de Internacional Privado que se sacó de la manga en su efímera etapa de profesor contratado doctor. Nunca fue un actor principal en la serie que conforma la carrera de los presentes. Tan solo un lunático cameo en aquel negro trimestre que parecía superado. El examen fue una escabechina. Aprobaron solo siete de los cincuenta que asistieron a clase ese día. A los suspensos no les dejaban presentarse al segundo parcial. El revuelo fue tal que intervino el rector y Felipe Mínguez Torregrosa acabó desterrado en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de Melilla.

   Mínguez sube al atril y contempla a sus antiguos alumnos. Tibia sonrisa bajo mirada aviesa. Los murmullos se diluyen hasta desembocar en un atronador silencio. La cuadrilla del cincuentenario lo observa también con atención.

   -Muy buenas, mis queridos exalumnos. Veo que no os habéis olvidado de mí. Vuestros caretos lo dicen todo. ¡Jijiji!

   Todos se miran extrañados. ¿Qué hace allí este tío partiéndose el labio de risa?

   -Mi paso por esta facultad fue breve pero intenso, ¿verdad? Y como no me dio tiempo de despedirme en su momento, he querido traeros un regalito para celebrar tan entrañable evento.

   Ante la estupefacción generalizada, Mínguez saca un folio doblado del bolsillo interior de la chaqueta.

   -Conforme a la documentación presentada al Consejo de Gobierno de la Universidad, el examen sorpresa que os puse hace veinte años ha resultado ser correcto y su validación tiene efectos retroactivos. A los siguientes alumnos suspensos de esta lista se les anula el título de Licenciado en Derecho y tienen que presentarse de nuevo al examen: Rafael Sotillo, María Gutiérrez, José María Fuentes…

   El grueso de la promoción se lleva las manos a la cabeza y grita exaltada pidiendo la cabeza de Mínguez. Tan solo los siete empollones esbozan una malévola sonrisa mientras el pletórico locutor recita los agraciados con el cuponazo.

   Fernando Esteso, perdón, Luis el buenorro, resopla sofocado y se desabrocha la camisa hasta lucir como su alter ego en Los Bingueros. Las habichuelas lloran a mares desconsoladas, pujándose en su ácido caldo. Pero el que peor está es Rafa. Observa ojiplático a Mínguez mientras por su mente se derraman en cascada oscuros recuerdos de una eterna carrera: suspensos encadenados; veranos clásicos de sombrilla y Albaladejo; pírricos aprobados en revisiones; terceras matrículas abonadas de extranjis… Y cuando parece que ya ha tocado fondo, su padre lo guinda desde el rincón del cuadrilátero y le clava una inquisitorial mirada mientras asiente inquietantemente con la cabeza.

   -¡No! ¡No! ¡No puede ser! ¡Mííííííngueeeeez…!

   Rafa se levanta de la cama empapado en sudor. La luz que entra por las rendijas de la persiana le devuelve a la realidad. Otra vez la recurrente pesadilla del suspenso. Y eso que ya han pasado veinticinco años… Al menos esta es una versión nueva. Respira aliviado. Suena el móvil sobre la mesilla. Lo coge.

   -Dime, papá.

   -¿Estás ya listo? A las doce me recoges para ir a la facultad. Me han dado el soplo de que en lo vuestro hablan Ángela Martínez y un tal Mínguez que se ha autoinvitado.   

   -¿Quééé?