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Parecía un día cualquiera del verano de 1795 en Oak Island, sita en Nueva Escocia, en la costa americana del Atlántico Norte. Uno más de los muchos en el que nuestros tres jóvenes protagonistas, Daniel McGinnis, Anthony Vaughan y por supuesto John Smith, que siempre tiene que haber uno, golfeaban por la playa con sus pantalones con rodilleras de plástico y el tirachinas pícaramente asomando por el bolsillo trasero, en busca cualquier excusa con la que enredar.
A lo lejos vieron un generoso hoyo circular junto a un gran roble solitario, el mismo que dio nombre a la isla. Así que se pusieron a jugar a las canicas. Carambola hoyo mío, media cuarta y pie, y todas esas reglas que independientemente del país donde se desarrollen, si bien puede variar la forma, el fondo es el mismo en todas. Cuando se acercaron al hoyo descubrieron que se trataba de tierra excavada, ya sedimentaba que les produjo muchísima curiosidad. Tanta que se pusieron manos a la obra y al poco tiempo ya habían sacado la tierra blanda que cubría el pozo. No contestos con eso siguieron en su labor hasta llegar a los sesenta centímetros y encontrarse con una capa de piedras lisas, de indudable factura humana, nada de natural, y además de un material que no había en la isla.
Extenuados, pensaron que mejor otro día seguían, pues en casa les esperaba sin duda un generoso bocata de mortadela y el tang fresquito. Sin embargo, en sus cabezas rulaban ya viejas historias de tesoros piratas, de misteriosas fortunas de los templarios y de jovencitos afortunados que los encuentran y se parten el labio de risa ante los envidiosos de sus vecinos.
Con esta motivación retomaron su tarea de darle a la pala. A los tres metros hallaron una plataforma de troncos de roble colocados horizontalmente. Con el brillo del oro goteándoles por el colmillo apartaron las maderas y… ¡Cáspita! Tierra de nuevo. Bueno, quién dijo miedo. Sin desfallecer en sus deseos de retirarse del toreo por la puerta grande, siguieron cavando hasta los seis metros. Y de nuevo otra plataforma de maderas de roble. Aquí va a ser, se dijeron. Misma operación y… mismo marrón. Otra vez tierra. Desde luego, el graciosillo que hubiese creado aquel extraño pozo, no quería poner las cosas fáciles. Al final, hartos de tantas ilusiones rápidamente neutralizadas, optaron por mandar temporalmente aquello al guano, hasta que consiguiesen unos medios más potentes para desenterrar que sus ya encallecidas manos.
Entonces empezaron a circular leyendas sobre el posible origen del extraño hoyo. Bien que se trataba del lugar donde estaba el tesoro del famoso pirata Capitán Kidd, el cual recibió de un misterioso prisionero el mapa de una isla con una cruz que indicaba un extraordinario botín oculto. También se habló de la orden del Temple, en la que la isla sería el lugar donde escondieron su también mítico tesoro cuando salieron por velas del puerto de La Rochelle cuando Felipe IV de Francia y el Papa Clemente V acabaron con su orden aquel viernes trece de 1307, convirtiendo desde entonces la fecha en un siniestro día que luego fue rentabilizado por la franquicia cinematográfica que lleva su propio nombre.
Al final, en 1803, los tres amigotes lograron convencer a más gente y organizaron una expedición más seria, con la intención de aclarar el entuerto, y si de paso encontraban el mardito parné, pues eso que se llevaban. Pero nada, dale Perico al torno. Cada tres metros que excavaban aparecía de nuevo una plataforma de roble que al quitarla, tierra de nuevo. La peña empezaba a acordarse en voz alta de los ascendientes de los puñeteros constructores, pero cogieron aire y siguieron picando al grito de Soy Minero, del entrañable Antonio Molina.
A los 27 metros, habiendo desarrollado ya unos bíceps como los de Hulk Hogan, encontraron una losa de pórfido, material inexistente en toda Norteamérica, en la cual aparecía una inscripción en un alfabeto desconocido.

¡Huy, esto van a ser los egipcios!, soltó uno de los picaores.
¿Qué dices, pringao? Esto es Arameo de toda la vida. Y así estuvieron durante más de una hora, cada uno aportando sus escasos conocimientos hasta que un tiempo después un supuesto erudito dijo que la inscripción significaba: Trece metros más abajo están enterrados dos millones de libras. Osti.
A la llamada del dinero llegó ya la gente con medios para intentar conseguir tener más medios aún. Los de siempre, vamos. Conforme seguían excavando, el agua empezó a filtrarse, a pesar que ya tocaban otra capa de tierra dura. Pero el agua seguía subiendo y tuvieron que abandonar las expediciones debido a que conforme excavaban más el agua se filtraba y subía y subía. Varias expediciones se repitieron con el mismo resultado. Los tres jovenzuelos, participaron en todas las que pudieron hasta que entre la garrota y la dentadura postiza cayéndoseles continuamente hizo que se retiraran también y doblaran la cuchara sin haber descubierto nada tras años de trabajo.
Se descubrió eso sí, que una parte de la playa en Smith´s Cove era artificial, y que tenía un sistema de túneles, conectados directamente con los niveles más bajos de dicho pozo. Pese a la tecnología moderna es imposible cortar el flujo de agua que lo inunda continuamente.
Años más tarde, en 1849, una excavadora consiguió subir a la superficie algunos eslabones de una cadena de oro y un trozo de pergamino que alguno relacionaron con un clásico en el mundo de los misterios, don Francis Bacon. En 1967 apareció un trozo de madera del siglo XVI y un pedacito de latón antiguo. En 1972 una cámara submarina captó algo parecido a dos cofres dentro de un laberinto de túneles. También algo que parecía un cadáver, que no sabemos cómo no se había descompuesto tras siglos presa de la humedad. Aunque ciertamente la visión no fue nada clara, e igual era una rata gorda que la había espichado y la mejor manera de justificar la inversión era adecuar lo que se vió a lo que se quería ver.
Siete personas la han cascado en la búsqueda del tesoro y hay una leyenda que dice que cuando murieran siete aparecería el tesoro. Pues fumando esperamos. Ahí sigue el misterio. Para terminar comentar que más de un famoso ha intentado encontrarlo. Conocido son los casos de Franklin Delano Roosevelt, futuro presidente del país del Tío Sam quien fundó una compañía llamada Old Gold Salvage; el actor Errol Flynn, que lo intentó en 1940 pero que tuvo que abandonar porque los derechos de búsqueda los había adquirido ni más ni menos que El Duque, Mr. John Wayne, con escaso éxito también, por cierto.

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