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Corrían tiempos revueltos por España en 1978, con la Constitución recién sancionada por el aún hoy, hasta el momento, suegro de Urdargarín, una marea de gente con trencas y barbas pobladas protestando por todo y los Guerrilleros de Cristo Rey repartiendo estopa enfundados en sus chupillas de cuero, bien engominados y parapetados tras las clásicas Ray –Ban verdes, tan de moda treinta años después, quién lo iba a decir.

Era esta de finales de los setenta en la que crecimos la generación del baby boom de principios de la década, virgen aún del acceso ilimitado de información que posteriormente arrancaría la inocencia casi desde la cuna a las generaciones venideras. Los viejos rockeros como yo, hijos de aquellos tiempos, pertenecemos a una impagable hornada que se rompía la crisma en jardines de columpios con aristas y nadie decía nada, llegaba uno a casa con las rodilleras de cuero medio descosidas, el pantalones llenos de mierda y heridas como si llegase de reconquistar el Peñón y con una buena ducha y mercromina para todos la cosa estaba resuelta. Héroes de una época en la que no había que quedar con la gente sino que se bajaba a la calle y allí estaban los amigos, dispuestos siempre liarla a las primeras de cambio. Y por supuesto, en la televisión sólo había dos canales. Hecho que logró que todos los de aquella generación llevemos grabado en el inconsciente colectivo los mismos iconos que nos acompañaron en la infancia.

Uno de ellos sin duda es Mazinger Z. Protagonista de una archifamosa serie de anime japonesa que irrumpió en España como su vanguardista vendaval de robots voladores y humanos con ojos como platos pese a tratarse teóricamente de paisanos de una isla en la que sus habitantes se caracterizan por tenerlos rasgados. Para refrescar un poco la sesera con una ligera lluvia de nostalgia, decir que la serie narraba las aventuras de Koji Kabuto, un tipo muy salao, cuyo abuelo, constructor del robot Mazinger Z y por ende de la super aleación Z, le instruye para manejar al bicho y luchar contra el malvado Doctor Infierno y el Barón Ashler que tienen a una charpa de robots malosos en plantilla con los que quieren dominar el mundo. Manziger Z tendrá una entrañable compañera de combate como es Afrodita A, temperamental robota, señora robot o como se diga, cuya más recordada arma son sus protuberancias pectorales letales y teledirigidas, que al grito de Pechos Fuera, se proyectaban fuera de su cuerpo en busca del infeliz robot al que tocaba dar matarile.

Quien más quien menos tiene o ha tenido un muñeco, un juego o una pegatina de Mazinger Z, y los más frikis lo conservan aún en perfecto estado e incluso les sirve de patrón para hacerse un disfraz del mismo cuando acude a las reuniones de tipos de su caterva para homenajear a viejos iconos pop que el tiempo y sus mentes han convertido en semidioses. El caso es que tanta popularidad causó esta serie en la época que a unos iluminados les dio por erigir ese mismo año una gigantesca estatua del robot en una zona en la que iban a levantar una nueva urbanización llamada Mas del Plata, en Tarragona. La idea obviamente era convertir a Mazinger Z en un referente así como un fenomenal señuelo para atraer compradores y finiquitar rápidamente las casas de la urbanización. Dicen las malas lenguas que el monumento estaba destinado en realidad a ser la entrada de un futuro parque de atracciones que al final se quedo en el cajón de algún alcalde, frustrando así un posible negocio especulativo.

Han pasado treinta y cuatro años y la estatua sigue ahí firme, impasible el además, convertida en un mítico santuario al que peregrinan frikis de la piel de toro, e incluso se han llegado a ver admiradores de allende los mares en busca de una fotografía que capte la esencia de su ídolo a la par que certifique la realización de su gesta, obligatoria entre los miembros de su numerosa religión por lo menos una vez en la vida.

El pellejo del titánico Mazinger Z está formado por un armazón de metal recubierto por fibra de vidrio para darle la forma de robot. Tiene una pequeña puertecita en la parte trasera de su pierna en la que se podía antaño acceder a su cabeza y emular por unos minutos a Koji Kabuto, de los Kabuto de toda la vida. Sin embargo, a los pocos años de su construcción fue tapiada para evitar actos vandálicos, ordenados sin duda por el Doctor Infierno y su compare el Barón Ashler, que ocultos desde su Shambala particular, planean regularmente ataques contra su viejo enemigo, así como intentan juntar billetes con rifas baratas para levantar la estatua de un robot de su banquillo e intentar que infle a hostias al sin par Mazinger Z.

Maravilla eso de llegar al parque y ver aquella gigantesca mole de una serie de hace treinta años que mide unos diez metros, asomando su cabezota por encima de los árboles. Bestial, entrañable, no hay palabras. Es España. Un peculiarísimo pedazo de tierra capaz de lo mejor y de lo peor, pero orgullosa siempre de su bizarrez extrema, esa que te alegra la vida más por lo que representa que por lo que es en sí misma. El Mazinger Z de Tarragona es un ejemplo cualquiera de los muchos monumentos increíbles que pueblan nuestra piel de toro, tan sólo hay que visitarlos y disfrutar.
Para los que se queden con ganas de visitar este gran mito, decir que su estado de conservación es bastante bueno, seguramente los vecinos, conocedores de la joya que tienen entre manos, le dan algunas que otras manitas de pintura para tenerlo en condiciones. Se encuentra a unos 12 km aproximadamente de Valls (Tarragona) pasando por El Pla de Santa Maria, o bien desde la AP-2, la salida 10 en dirección a El Pont d Armentera C-37. Está en la urbanización Mas del Plata que se encuentra a medio camino, a unos 5 minutos pasado El Pla de Santa Maria, a mano izquierda, siguiendo la carretera. Una carretera sin asfaltar nos conduce a través de la urbanización y poco a poco vamos viendo las piernas de la estatua entre los pinos. Como par perdérselo.

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