grandes canciones para pegarse un tiro

Normalmente, las desgracias nunca vienen solas. Aunque parezca una frase hecha, es tan cierta como a Lorenzo Sanz lo pillaron en un turbio caso de estampitas de colores, o lo rápido que nos acelera la patata –y lo que no es la patata- la angelical Charlize Theron, pasando de 0 a 100 en menos de tres segundos, que me río yo del opel tigra trucao de mi amigo Pepe. Porque todo español tiene un amigo que se llama Pepe. En fin, que si las desgracias de turno, cuando llegamos a casa, las aliñamos con una coplilla triste, tenemos todos los ingredientes para dar el salto y hacer una turné por el otro barrio.

Pongámonos en situación. Uno ha tenido ese típico día que no se lo desea ni a su peor enemigo. Al llegar a su puesto de trabajo se encuentra con que el jefe le dice, Gutiérrez, ven un momento a mi despacho, que tengo que hablar contigo. Malo. Guti empieza a vislumbrar las orejas al lobo, y no se equivoca, porque sale del despacho con cara de gilipollas y la carta de despido por reducción de plantilla, además de un sobre con el finiquito de la calzada, que apenas le da para tapar las trampas de juego que tiene con unos prestamistas de la mafia rusa. Vale, igual me he pasado rizando el rizo, pero bueno, estamos caracterizando al personaje para darle más vidilla.

La primera banderilla se la han puesto en la chepa sobre las diez de la mañana. Eso por ahí. Guti decide irse al bar a tomar un copazo mientras piensa cómo se lo va a decir a su mujer, que la tiene de morros desde que se compró la BMW de segunda mano para ir al trabajo en lugar de comprarle a ella el minimorris que tanta ilusión le hacía. Total, que después de tres copazos de orujo, que cauterizan un poco la reciente herida, parece que el valor vuelve a circular por sus venas acompañando en comandita al alcohol que se ha metido el angelito.

El hombre llega a su casa, y como su mujer no lo esperaba, pues se encuentra con el pastel de que la moza está haciendo un arriba y abajo con el vecino del cuarto. Toma ya. Segunda banderilla. Después de los clásicos Pues tú eres…, Si ya sabía yo…, Con el vecino… El Guti echa a cajas destempladas a los amantes furtivos, y se sienta destrozado en el salón. Y llegamos al momento cumbre. El marido, corneado ese día en dos sitios diferentes, por donde se le escapan los sueños de toda una vida, decide tomarse otra pócima para intentar olvidar mientras pone una coplilla para que le acompañe en esos malos momentos. Craso error, porque lo que pone lo coloca en una posición dificilísima.

Menuda elección. La primera copla que pone es Nothing compares to you, de la pelona Sinead O´Connor. Si ya iba tocado, la cancioncilla consigue que se hunda más. Cuando la termina, quizá como acto de masoquismo dice, Pa guevos, los míos, y saca una serie de cedés cada uno con una canción más triste todavía.

En ese momento comienzan a sonar Brothers in arms, de los Dire Straits, que sí, muy bonita, pero no para escucharla cuando te han echado del trabajo y has pillado a tu mujer haciendo guarrerías con el vecino. Hasta Mark  Knopfler se quita la cinta de la frente un momento, de los sudores que le está dando ver llorar al Guti de esa manera. A su actuación le sigue el clásico Yesterday, que lo hace hundirse en las profundidades del sofá. Entre lloro y lloro, pone Lía de Ana Belén, ahí le sale al hombre un quejío entre flamenco y semanasantero que da lástima escucharlo.

Pero el tío tiene pellejo y se regodea en su desgracia, y pone ahora Lullaby, de The Cure, asimilando el pálido careto de Robert Smith en el vídeo de la canción de cuna, y ya no sabe si las arañas que le parece ver por el cuarto se han escapado del cedé o se deben a la potencia de los gazpachos que se está apretando. Algo que olvida pronto al poner You´ve got a friend, en versión a capella de los Housemartins, con la que el pobre Gutiérrez suelta unos espesos lagrimones, grandes cual moco de Troll.

El tipo está herido de muerte, pero sigue dándole al burro, Perico. Y con qué nos sale esta vez, pues nada más y nada menos que con Cecilia y su ramito de violetas, pero para ésta ocasión cantada por el manzanas, Manzanita para todo el mundo. Y claro, con la aguardentosa voz del mozo, y el sentimiento que le echa, pues el pobre Guti se estruja sobre sí mismo en el sofá, y como si de una Ballerina se tratase, expulsa toda el agua que el pobre acumulaba en sus ojos casi hasta dejarlo seco. Pero no, todavía le queda una bala con la que regodearse. Nuestro ya entrañable amigo se saca a la remanguillé un grandes éxitos de Micky y pone El chico de la armónica. Cáspita. Esto no nos lo esperábamos. Tal copla se convierte en un punto de inflexión en su trayectoria autodestructiva, y mientras el simpático Micky tira de tristes acordes con su famosa armónica, Gutiérrez desaparece del salón para volver al poco tiempo con la Luger que un soldado alemán le regaló a su abuelo en sus tiempos de combatiente en la División Azul.

Y así, derrumbado tanto moral como físicamente, Gutiérrez se sienta en el sofá y se apunta el cañón de la pistola a la boca, que la abre hambrienta de muerte. En el último segundo, cuando el hierro va a dar a luz su letal vástago, el cañón de su verdugo cambia la trayectoria y apuntando hacia la cadena de música, le descerraja cuatro tiros como cuatro soles, saltando por los aires botones, cristales e incluso la armónica del pobre Micky. Gutiérrez sonríe entonces y piensa, Pa guevos los míos, y coge el mp3 que tiene en su cuarto cargado exclusivamente con canciones de Los Nikis, y decide darse otra oportunidad en la vida. Ahí está el tío.

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