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¡Las ocho! ¡Mierda, me he quedado dormido! Salgo rápidamente de la cama y me dirijo hacia el baño. Sin apenas tiempo, mis abluciones matutinas no se diferencian en nada a la de los gatos. Un poco de agua en los ojos, otro poco en las orejas, y para terminar, una pasada rápida por las axilas. Me visto despacio debido a mi enorme prisa. El examen de Internacional Privado es a las nueve y desgraciadamente, llevo la hora pegada al culo. Ayer, o mejor dicho, ésta madrugada, me quedé estudiando hasta las cuatro.

8:10

Entro en la cocina. Pongo a calentar la leche mientras voy metiendo el pan en el tostador. Cientos de leyes y artículos pasan desordenadamente por mi cabeza. ¡Para Manolo que se te va la olla! Unto mantequilla en una de las tostadas. Justo en ese momento se empieza a salir la leche del cazo, y cuando me dirijo hacia éste para apagarlo, tiro sin querer la tostada al suelo. El viejo Murphy, siempre presente como el José Antonio de los falangistas, da señales de vida, consiguiendo que el pequeño trozo de pan caiga del lado de la mantequilla. Me bebo entonces la leche de un trago y me marcho de la cocina sin recoger nada.
8:25
Salgo de mi casa. Mientras espero el ascensor se abre la puerta de mis vecinos, los Vázquez. Sale Rafael, el padre, enchaquetado y perfumado, con un maletin en las manos.
-Hombre Manolo, ¿a dónde vas tan temprano un sábado?
-Pues ya ves. Al viejo examen.
-¿Pero todavía no has terminado? Bueno, ya te quedaran pocas…
-Pssee…
-Pues Carlos, que es de tu edad, esta ya trabajando en una empresa y ganando un sueldazo el tío… Hoy hablan con él para renovarle el contrato y quizá hacerlo fijo.
-Me alegro mucho.
-Bueno, pues hasta luego. Ah, y que tengas suerte en el examen.
-Gracias Rafael.
Será mamón el tío. Seguro que cuando llegue a casa al mediodía se lo contará a su hijo Carlos y se descojonaran a mi costa. Pues Manolo, el del quinto b, el que estaba contigo en el colegio, todavía no ha acabado. Que si ya lo decía yo, que si tiene pinta de vago… ¡Bahh!, que les den. Ya me reiré yo de la cara de Rafael cuando se entere de que su mujer se la está pegando con un excura.
8:30
Me dirijo hacia la parada de autobús. Saludo a Laura, la dueña del kiosco. ¡Miauu! ¡Coño, he pisado al gato de Laura! Negro, para más inri. La verdad es que no debe ser muy bueno el que se le cruce a uno un gato negro cuando va a un examen, pero de lo que no dicen nada es cuando se pisa, así que no sé yo…
8:37
Tras unos minutos esperando, por fin aparece el puto autobús. Está lleno, por lo que tengo que hacer la travesía de pie. El pestilente olor a humanidad, aliñado con las gotas de sudor de cada pasajero, forman un cóctel nauseabundo que penetra por mis narices sin que pueda evitarlo. Junto a mi se han colocado dos gordas que no paran de hablar a gritos. Graves instintos asesinos recorren entonces todo mi ser, potenciando miradas agresivas que no consiguen achantar en lo más mínimo a las orondas féminas. Me dirijo a la parte de atrás del autobús, junto a la puerta. La vieja que está sentada a mi lado se aferra fuertemente a su bolso mientras me mira desconfiada.
8:45
Llego a la facultad. Cientos de estudiantes se dirigen hacia el claustro en espera de que les indiquen la clase asignada para el examen. Me uno a la manada de corderos que va camino del matadero.
Observo sorprendido cómo más del setenta por ciento de los alumnos son mujeres. Al final, mi amigo Ramón va a tener razón. A las mujeres no había que dejarlas estudiar. Siempre van a clase, tienen los mejores apuntes -que nosotros hábilmente gorroneámos-, sacan las mejores notas, suben el nivel, luego se casan con un maromo cinco años mayor y con pelas, muchas no ejercen después, y mientras, nosotros, nos tenemos que joder porque nos han subido el nivel, no aprobamos, y no tenemos dinero ni nadie nos quiere mantener.

8:50
Llego al claustro. Busco a los compañeros de la vieja guardia. Junto a una columna, hablando con una niña, veo al conde. Su mote completo es el conde de Montecristo. Parte de su mote le viene porque su nombre, Raimundo Portés, se parece al Edmundo Dantés de la novela de Dumas. Ni los más viejos del lugar saben cuantos años lleva estudiando derecho. Su aspecto desaliñado, con el pelo largo y la barba descuidada, recuerdan a uno de esos estudiantes contestatarios de los setenta. Lo que habría que saber es si él es de los que corrieron delante de los grises, o si los grises corrieron delante de él, porque la verdad, el tío da bastante miedo.
Sigo buscando a mis amigos. ¡Coño, Karaoke Johnson! Sin duda uno de los mitos eróticos de la facultad. Hembra de prietas carnes y cara de viciosa, y como diría mi abuelo, más hambrienta que la pantera de Java, que no dejaba nada. El alias le viene por su destreza con el micrófono de algunos afortunados compañeros míos. Lo de Johnson se debe a la manía que tiene de embadurnarse con éste aceite infantil cuando combate cuerpo a cuerpo. Su presencia en la biblioteca acaba con el tedio de tardes interminables, levantándonos la moral, entre otras cosas… Dice que yo le he entrado -sin éxito por supuesto- más de cinco veces. Y lo que te rondaré, morena…
Nada, que no veo a ninguno de mis amigos. Anda, allí está Lola y sus amigas. Menudo atajo de empollonas. Son el claro ejemplo de la teoría de Ramón. Se saben todos los temas, desde el primero hasta el último. No hablan más que de estudios cuando están en los descansos. Son feas como pocas. Encima, no saben tratar de otros asuntos que no estén relacionados con el derecho. Recuerdo el día que nos pusimos a conversar sobre temas generales y me soltó que si Bernardo del Carpio era un cantaor flamenco, o si García Serrano era un futbolista.
Sigo buscando. Por fin, allí están estos. Miguel y Carlitos, compañeros desde principios de los noventa.
-¿Qué pasa señores? ¿Cómo lo lleváis?
-Como siempre, con alfileres. ¿Y tú?
-Pues igual. Que haya suerte porque como haya justicia…
-Macho, cada día conozco a menos gente.
-Cuando he llegado he visto al conde y a Karaoke Johnson.
-¿Tan buena como siempre?
-Más todavía.
-Pues yo, del tema siete, doce, catorce y quince, no tengo ni idea. ¿Y tú, Manolillo?
-Del siete más o menos. Pero del catorce y quince muy poca, aunque no creo que los pregunte.
-Mirad, por ahí viene Jurásico.
Se acerca Paquito Rodríguez, alias Jurásico. Junto con el conde, es otro de los grandes clásicos de la facultad. Se encuentran ambos en el grado de antigüedad inmediatamente superior al nuestro, dentro del exclusivo y elitista grupo de las viejas glorias universitarias. En el caso concreto de Jurásico, hay quien asegura haber visto el resguardo de su primera matrícula, jurando por lo más sagrado no estar seguro de si lo que seguía al uno en el año de entrada en la facultad era un ocho o un nueve.
-Buenas compañeros. ¿Cómo lo lleváis?
-Hombre, hay posibilidades. ¿Qué nos dices tú?
-Yo lo llevo bastante bien. Lo que pasa es que aquí hay más gente que en la guerra, y
eso me huele a puro.
-Paquito tiene razón. Al final aprobarán los de siempre y a nosotros nos darán por culo.
-Pues será a ti porque yo me lo sé que te cagas.
-Eso dices siempre y aquí estas otra vez.
-Venga, que nos vamos. El examen es en el aula magna.
-Ahí he aprobado yo algunos exámenes.
-Vamos chavales, ¿quién dijo miedo?
9:00
Entramos en el aula magna. Un tipo enchaquetado y con cara de oficinista barato se pone a colocarnos.
-A ver, pónganse todos detrás de éste señor, dejando tres asientos vacíos con respecto al compañero de la derecha.
Me ha tocado sentarme arriba, cerca de los malotes del curso de este año. A mi lado se ha puesto uno de esos beatos de ocasión. Coloca en la mesa una estampa de San Pancracio, otra de la Macarena, dos de la Virgen del Rocío, y por último, una de San Fermín, quizá para celebrar que hoy es siete de julio. Se pone a rezar unas oraciones y se santigua. Por unos momentos parece como si se fuera a arrancar con el Pobre de mí…
Aparece en el aula Javier Relaño, el catedrático, junto a él camina Clara Mateos, la profesora titular. Javier Relaño es un tipo serio y elegante. En sus ojos se puede leer fácilmente una frase muy común entre los de su gremio: ¡Que puro os voy a meter, cabrones! La Mateos, al contrario que el catedrático, simpática y agradable, como buena andaluza que es. Alta y delgada -como en la canción-, de ojos negros y fino bigote, añadiéndole a su natural gracia sureña una cierta sobriedad lusitana. Sin embargo, esta simpatía sólo es una fachada de cara a la galería, pues cuando tiene los exámenes en sus manos, su agradable sonrisa torna en mueca diabólica. Las listas de aprobados en los exámenes de tan gentil dama, son más reducidas que los chalecos de Torrebruno.
9:05
Comienzan a repartir los pliegos de papel. Uno de los bedeles me acerca un montón y me dice que los reparta por mi fila. Como dice mi amigo Ramón, no hay que fiarse ni de los bedeles. Cierto es que el bueno de Ramón está muy rebotado con todo lo que huele a universidad. Sobre todo desde el día en que vino a la facultad a ver una nota y descubrió que en una asignatura que tenía aprobada, aparecía suspenso. Cuando fue a hablar con el profesor, éste le dijo que se había producido un error, que siempre estuvo suspenso. Entonces, cogió al profesor por el cuello y se puso a apretar y apretar mientras gritaban unas palabras ininteligibles, tanto él como su sorprendida víctima. El pobre Peláez -pues tal era el nombre del sujeto- tenía ya los ojos a punto de salirse de sus órbitas cuando tuve que intervenir yo, más que nada, para evitar que se redujera a dos profesores la plantilla del departamento de Administrativo. Ramón fue expulsado de la facultad, además de tener que pagar una multa de trescientas mil pesetas y dos meses de arresto domiciliario. Ahora anda enrolado en la legión, como corneta, y en el brazo derecho en lugar del clásico «amor de madre», lleva tatuada la leyenda «ya te pillaré Peláez».
Entra en la sala Chicote, el profesor de prácticas. Tiene unos treinta años y es de las pocas personas que a toda la gente le cae bien. Amante del mundo de la noche, sus hazañas se cuentan por docenas, siendo de todos conocido su sana querencia por el vino y las mujeres…, por ese orden inalterable. Éste hecho a dado lugar a un malicioso comentario en el que se dice que Chicote se parece al maestro de Kun-fú, porque siempre está ciego.
9:10
Javier Relaño dicta las tres primeras preguntas, las otras dos corren a cuenta de la bruja de la Mateos.
-Primera pregunta: Orígenes del Derecho Internacional Privado. Tema uno del programa.
Bien, ésta por papá. No me la esperaba porque la verdad, es bastante fácil.
-Segunda pregunta: Normas recíprocas. Tema siete del programa.
Perfecto. Ésta por mamá. Como siga así saco un diez.
-Tercera pregunta: El Reenvío. Tema doce del programa.
Ahh, no me dio tiempo a repasarme ese tema. Por lo menos me sé algo. Ésta se la dedicaré a la abuela.
Se acerca al micrófono la profesora titular. A ver qué pregunta la tiparraca ésta.
-Cuarta pregunta: La litispendencia Internacional. Tema catorce del programa.
­¡Coño! Ni puta idea. Ésta se la dedicaré al vecino del cuarto. Como la próxima sea del tema quince…
-Quinta y última pregunta: El procedimiento de Exequatur. Tema quince del programa.
¡Joder! ¡Ya estamos como siempre! No tengo ni puta idea del Exequatur ese. ¡Será guarra la tía! Si dijo en clase que no era importante… Hala, ya estoy suspenso. Me sé las dos primeras, la tercera medio qué‚ pero de las dos últimas, nada de nada. Ésta se la voy a dedicar a su puta madre.
Comienzan las típicas preguntas sobre si se puede alterar el orden de las mismas, si es posible aprobar dejando una en blanco, si hay que relacionar lo preguntado con el resto del tema, etc.
El catedrático se acerca al micrófono y de una forma seca, dice:
-El examen ha empezado. Tienen dos horas para contestar las preguntas. A las once y cuarto como muy tarde deberán entregar los exámenes.
9:15
Escribo las primeras líneas de la primera pregunta. Debo pararme unos segundos en espera de que hagan una pregunta. Durante toda la carrera -y mira que es larga- la han hecho en todos los exámenes, sintiéndome incapaz de empezar a contestar hasta que no la han hecho. La necesito para relajarme. Es necesaria.
Allí abajo, en las primeras filas, alguien levanta la mano. ¡Por Dios, que sea la pregunta que espero!
-¿Qué quiere usted?
-Don Javier, ¿se pueden contestar las preguntas con bolígrafo rojo? Carcajada general. Gran ovación y algunos pañuelos en los tendidos. Alguien pide una oreja. Sí, Dios existe. La preguntita se ha hecho de rogar, pero al final se ha hecho. El día que ésta pregunta no se haga en un examen, significará el principio del fin de la universidad.
9:20
La gente empieza a escribir. Siempre observo los mismos comportamientos entre mis compañeros. En un primer grupo podemos incluir a aquellos alumnos que nada más terminar de dictar las preguntas, ya están contestándolas sin dudar en ningún momento. Éste grupo me resulta bastante repugnante. En un segundo grupo podemos incluir a aquellos que tardan en ponerse a escribir un buen rato, debido a que están repasando las preguntas mentalmente.

Por último, en el grupo más numeroso, podemos incluir a todos aquellos estudiantes que se tiran un buen rato pensando en las musarañas mientras se deciden por la pregunta que van a contestar primero ya que todas se las saben regular tirando a mal. Por éste simpático y sano grupo me suelo decantar yo.
Alguien se levanta a entregar el examen. ¡Hombre, si es Carlitos! Claro, me dijo que no se sabía el tema siete, ni el doce, ni el catorce, ni el quince… Detrás de Carlitos entregan el examen dos niñatos, medio muertos de risa, creyéndose por unos segundos importantes, sin comprender en ningún momento los infelices que la ni la plata ni el bronce pasan jamás a la historia.
9:45
Empiezo a contestar la segunda pregunta. En ese momento, una niña de las filas centrales del aula magna, cae desmayada. Al principio la gente levanta la cabeza para curiosear, pero a los diez segundos todo vuelve a la normalidad, menos la pobre chica que permanece espatarrada entre dos bancas sin que nadie la ayude. Al cabo de unos minutos aparecen dos bedeles. La colocan sobre una pequeña mesa que les sirve de improvisada camilla y se la llevan fuera. Vuelven a los cinco minutos -a saber dónde han dejado a la chiquilla-, cerrando la puerta con un sonoro golpe. Nadie se inmuta por la baja que hemos tenido. Debe pertenecer a los famosos daños colaterales.
10:10
Respondo a la tercera pregunta. Sólo sé ideas generales. ¡Anda, si está vigilando Pérez! Será pelota el tío asqueroso. Nunca fue un buen estudiante, más bien de los malos, pero siempre le estaba haciendo recados y demás menesteres al catedrático, consiguiendo al final meterse en el departamento. Se cree que por ir de chaqueta es un tío importante y respetado. Y lo que en realidad parece es uno de esos tipos que invitan de público a los programas de televisión y que se visten de domingo para tan singular ocasión.
10:20
Litispendencia Internacional. ¿Qué coño será eso? Si es que no lo he oído en mi vida. Como no me copie de alguien…
Miro a mi alrededor buscando víctimas. ¡Ehhh! ¡Qué cabrón el curilla! Le ha dado la vuelta a las estampas de los santos y vírgenes y se está copiando vilmente el hijoputa. Los vigilantes creen que está leyendo la novena. El tío ha escrito las lecciones en la parte de atrás de las estampas, haciéndolas pasar por oraciones, cuando los vigilantes están lejos, va y se copia a lo bestia. No sabe nada el gachó.
Me acerco cuanto puedo al beato, a ver si pillo algo. Lo llamo en voz muy baja, mi situación es desesperada.
-Pssee. Pssee.
-¿Qué quieres?
-Oye, ¿me dejas una de tus estampitas? Del tema catorce si puede ser.
-Y una mierda. Yo no te conozco de nada.
-Bueno, para eso siempre hay tiempo. Verás, es que estoy en una situación un tanto delicada. Ésta es mi quinta convocatoria.
-Pues haber estudiado.
-No seas mamón tío, que llevo yo aquí más años que el que se perdió en la isla.
-¡Me quieres dejar en paz! No me tiro yo haciendo chuletas toda una semana para que me las gorronee un desconocido.
-¡Joder! ¿No has oído hablar de la solidaridad esa que está tan de moda ahora? Además, con lo buen cristiano que pareces…
-Una cosa es ser buen cristiano y otra gilipollas. Si quieres una estampita tendrás que apoquinar.
-¿Queee? ¡Esto es la leche! Me va costar dinero copiarme. ¿Qué será lo próximo? ¿Prostituirme?… Bueno, vale, ¿cuánto pides?
-Por estar en quinta te la dejaré en quinientas.
-¡Serás cabrón! A eso se le llama un contrato leonino.
-Pues mira, algo que no sabía. Así que venga, déjate de cháchara y afloja la mosca.
-Esto se lo cuento yo a alguien y no se lo cree. ¡Ten, niñato de los cojones!
-¿Cómo?
-Digo que si me dejas el tema siete y el quince me vendrían de mil amores.
-Entonces serán mil quinientas.
-¡Eres un usurero, carapolla! ¿No me puedes hacer una rebajita?
-¡No! La vida está muy cara. Si quieres algo tienes que pagar por ello.
-Joder, gracias a tí esta noche tendré que tirar de don Simón.
-Eso no es malo. Ya lo dijo el poeta; Cuando Dios llamó a Gabino no dijo Gabino ven, sino venga vino.
-¿Encima te cachondeas de mí?
En ese instante se acerca Pérez. Parece que ha oído algo por nuestra zona.
-¿Tú estabas hablando ahora mismo, verdad?
-Sí, le he pedido un boli a mi compañero.
-Pues yo creo que te estaba soplando.
-Pues yo creo que no.
-A ver, usted, el de las estampitas, ¿estaba hablando con su compañero?
-¡Que no, coño! Te he dicho que le he pedido un boli.
-Le estoy preguntando a él.
-Mira Pérez, ¿nos quieres dejar en paz?, por favor.
-¡No! Yo soy el vigilante, además de la mano derecha del catedrático por si no lo sabes.
-Yo sólo sé que si no te vas ahora mismo te meto cuatro hostias que te dejan tísico perdido.
-¿Me estás amenazando?
-Sí, efectivamente. Eres muy observador.
El catedrático mira hacia nuestro sitio y pregunta a Pérez por lo que está ocurriendo. -¿Sucede algo, Pérez?
-No, nada. Le estaban pidiendo un bolígrafo a un compañero.
Menos mal. El puñetero vigilante se larga, momento en el que aprovecha el curilla para agradecerme que haya intercedido por él.
-Gracias tío. Creí que nos quitaban el examen. Para devolverte el favor te dejaré las estampas en mil pesetas.
-¿A sí? ¿Pues sabes lo que te digo, mamonazo?, que como no me entregues ahora mismo gratis las estampitas, te hago lo que le iba a hacer a Pérez.
-¡Oye! ¡Que todavía puedo chivarme!
-Inténtalo, padre Mundina.
-¿Pero es que quieres robarme el trabajo de una semana?
-No haber intentado timarme.
-Pero entonces suspenderé la asignatura…
-¡Anda coño! Pues igual que Ullate, que por pasarse de listo le cayeron tres cates, como también dijo el poeta.
11:05
Termino de copiar las preguntas. Siento lástima por el curilla y se las devuelvo. La gente empieza a entregar los exámenes. Cuando me dirijo a presentar el mío, Pérez se aparta de mi lado rápidamente.
Salgo fuera. Allí está Miguel, un poco más atrás veo al conde.
-¿Cómo te ha salido, Miguel?
-Bastante bien. Creo que por una vez va a haber suerte. ¿Y a tí?
-También fenómeno. Las últimas preguntas no me las sabía y me he copiado de un tío que tenía las estampas de la Virgen y demás santos, convertidas en chuletas. Encima me quería cobrar. La verdad es que ha sido de película.
-Qué pena lo de Carlitos. Parecía que éste era su año y ya lleva cuatro medallas de oro y dos de plata.
-Ya, que le vamos a hacer. De todas maneras verás como ésta noche se anima.
-Habrá que liarla, ¿no?
-Por supuesto. Hay que pillar una castaña gorda. Como veamos a Chicote le sacamos varios cubatas.
-Ya te digo chico. Oye, ¿cómo le fue a Jurásico?
-Lo vi antes. Me dijo que le había salido perfecto. Pero ya sabes, siempre dice lo mismo y nunca deja de aparecer en las listas de suspensos, donde se rumorea que está suscrito al tres y medio.
Me bajo del coche de Miguel. Tras quedar para ésta noche, me dirijo al portal pensando que por primera vez en mucho tiempo podré decir en casa que me ha salido bien el examen, y no aquello de «ha sido un infierno, ni Reyes -el empollón de la clase- sabía responder a las preguntas».
Aparece por detrás Rafael, mi vecino. De nuevo se repite la escena de hace unas horas.
-Vaya, otra vez coincidimos. ¿Cómo te ha ido el examen?
-Superior.
-Eso está muy bien. Con suerte en un año de estos terminas…
-Si, a ver si hay suerte. Oye, por cierto, a la que no veo es a tu mujer.
-Bueno, es que ahora está de ejercicios espirituales en Soria.
-Ah, ahora lo llaman así.
-¿Cómo dices?
-Que supongo que estará muy feliz.
-Pues sí, eso creo. Quien me preocupa ahora es Carlos.
-¿Qué le ha pasado?
-Que no le han renovado el contrato. Con lo que vale.
-Es que no hay derecho. Siempre fue un gran estudiante y mira…
-Por supuesto. Y seguro que mañana contratan a un vago de esos que se han tirado diez años en term… Ehh, bueno Manolo, que tengo un poco de prisa.
-Sí, claro. Pues nada, dile a Carlos que lo siento en el alma. Y que tu mujer se lo pase bien en Soria y a ti no te crezcan más los cuer…, digo los disgustos.
-Adiós.
-Adiós.
Abro la puerta de mi casa. Mientras entro, una sonrisa se va dibujando en mi rostro. Definitivamente, hay días en los que uno se alegra de estar vivo.

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