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1942. Corrían tiempos de guerra y el ejército británico optó por construir una serie de fortalezas marinas para defenderse de los ataques nazis. Así surgieron las famosas fortalezas Maunsell, las cuales, vistas hoy en día sin los puentes que unían a algunas de ellas, se asemejan a una cuadrilla de naves de Raticulín amerizando en aguas terrícolas.

Sin embargo, tras finalizar la guerra poco a poco fueron abandonadas debido al elevado coste de mantenimiento así como su ya escasa utilidad. Y aquí es cuando empieza a molar la historia de una de ellas. Concretamente la Roughs Tower,localizada en el mar del Norte, a diez kilómetros de la costa Suffolk, Reino Unido. Igual les suena más tras ser rebautizada como el Principado de Sealand.

La plataforma fue remolcada hasta Rough Sands, un gran banco de arena, donde se hundió entonces el casco de la embarcación para que los cimientos se asentasen bien.En su época de apogeo, cuando los molestos pájaros de hierro de la Luftwaffe caían como les hubiesen echado raid, llegaron a estar por allí entre 150 y 300 personas de la Royal Navy.Hasta que en 1956 licenciaron a los últimos soldados, hartos sin duda de pasear como locos por una pequeña superficie de 550m2 y de no ver a más mujeres que el horroroso careto de la abuela del cabo Mortimer, quien la llevaba
tatuada en el pecho, por lo bien que lo había hecho.

Y aquí es cuando aparece nuestro iluminado genio, desfacedor de entuertos y creador de una genuina estirpe real por cuyas venas corre agua salada, lo más de lo más. 1967, Paddy Roy Bates, británico, presentador de una radio pirata, toma posesión de la fortaleza por su cara bonita tras aplicar una libre y categórica interpretación del derecho internacional que si lo pilla Francisco de Vitoria lo corre a hostias. Lo mejor de todo es que este Joaquín Luqui de los pobres tan dado a renocer derechos, parece que no tuvo muy en cuenta los de los componentes de otra radio pirata que hasta ese momento emitía desde allí. Al grito de ¡A pelote, a pelote! ¡Maricón el que no bote! echó del recién consquistado principado a aquella cuadrilla de piojosos que representaba la competencia. Entonces, a lo Napoleón, se autoproclamó Alteza Real Príncipe Roy de Sealand, con poder en la plataforma y en sus doce millas náuticas adyacentes. Olé sus cojones.

Dicen que de tal palo tal astilla, cosa que se pudo comprobar en 1968, cuando el vástago de Paddy, el infante Michael Bates, fue llevado a juicio por abrir fuego contra un buque de la Royal Navy que se acercaba con malas inteciones al principado. Lo más grande de todo es que los tribunales
sentenciaron que al ocurrir fuera de aguas territoriales británicas la corte no tenía jurisdicción sobre el caso. Y claro, desde entonces la familia real se agarró a ese providencial clavo ardiendo para reforzar su posesión sobre aquel metálico islote.

Pero los incidentes no acaban aquí. En 1978, mientras el príncipe se encontraba de viaje oficial, el primer ministro de Sealand (suena a coña pero es cierto), Alexander G. Achenbach, junto con una chupipandi de alemanes y holandeses, toman la fortaleza y capturan al infante Michael,
para soltarlo después en los Países Bajos. Esto parece una mezcla entre las Aventuras de Guillermo el travieso y Los Cinco, sólo que llevadas a cabo por tipejos con unas cuantas primaveras y pantorrillas con más pelos que en la oreja de un burrro. Y como no podía ser de otra manera, el ya mítico príncipe de Sealand, recurrió a un helicóptero para rescatar a sus amigos. En plan Chuck Norris, saltó sobre su imperio y capturó a los rebeldes, a los que declaró prisioneros de guerra. Posteriormente fueron liberados, pero, para mayor descojone, uno de los que quedaban, Gernot Pütz, abogado alemán con pasaporte de Sealand fue acusado de traición contra el principado.

Los gobiernos de los Países Bajos y Alemania solicitaron su liberación pero los británicos, ateniéndose a lo dicho en 1968, dijeron ¡Ahhh! !Se siente! Y el pobre picapleitos teutón casi la pela si no es porque sus paisanos de la embajada de Londres mandaron un diplomático para negociar su liberación. Tras varias semanas el bueno de Paddy Roy Bates le concedió la
libertad, amén de partirse el ojete tras confirmar que el gobierno Alemán reconocía el principado.

Siguiendo con esta bizarrísima historia, el cachondo de Achenbach autoproclamó un gobierno en el exilio allá en Alemania y asumió el título de Chairman of the Privy Council, para más tarde ser sustituido por Johanes Seiger, quien, al estilo de los carlistas, sigue erre que erre
considerándose la autoridad legítima de Sealand.

Para rematar el cuadro, hace unos años, un grupo español, como no podía ser de otra manera, en tratos con el gobierno del exilio, se lió a vender pasaportes de Sealand y falsos títulos nobiliarios como si fueran churrros, los cuales fueron comprados por amplio espectro de pájaros que iban desde delincuentes de toda la vida hasta acomplejados nuevos ricos ansiosos por
sustituir su sangre de orígen obrero por un plasma artificial con el que engañarse a sí mismos.

Fueron expedidos tantos que al final la propia familia Bates tuvieron que revocar todos, incluso los que ellos habían emitido en los últimos 30 años. Al final el Reino Unido incorporó la zona de Rough Towers dentro de su territorio y estableció que nunca había existido ningún Principado de Sealand. Los Bastes conservan su nacionalidad británica y el antaño infante, supuesto heredero, vive ahora en Inglaterra. Durante sus buenos
tiempos llegaron a acuñar monedas, aunque dado lo pequeño del principado el recorrido de estas sería un poco patético y no pasaría de usarlas para echar en la máquina de tabaco o para jugar a cara o cruz quién le tocaba la guardia para vigilar que no atacase Achenbach y sus rebeldes.

Como fin de fiesta, en 2007 el principado de Sealand puso en venta su territorio, encargando a la inmobiliaria española Inmoranja realizar la transacción. Ya me veo al pobre comercial puteado, a comisión pura de oliva, todo el día dándole al remo de las costas españolas al mar del Norte
para enseñar aquella chatarra a cualquier imbécil que piense que aquello puede ser un buen negocio. A ver cómo termina la cosa. Desde luego el pobre comerciata en la calle tras presionarlo con objetivos durante todo el mes y haber llevado más que a un hombre de Achenbach de incógnito
para ver si merece la pena liar de nuevo la traca en aquel absurdo principado.

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