veneno

El envenenamiento, esa especie de conquista silenciosa que invade las entrañas del infeliz que lo sufre hasta clavar el estandarte de la muerte en el último cerro que le queda sano, antaño llegó a convertirse en una especie de arte. El arte de dar matarile sin que le pillasen a uno, bien porque los medios disponibles del momento no hacían posible detectar el veneno, bien porque quizá no interesase descubrir al asesino. El caso de Yushchenko, presidente de Ucrania, es uno de esos, que tras ser envenenado hace cinco años, aún sigue sin saberse exactamente quien lo hizo, aunque se sospeche de los servicios de seguridad de aquel momento.

El veneno utilizado fue TCDD, la dioxina más letal que existe, y según Martin Mckee, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres, en el caso de que Víctor Yushchenko la hubiese doblado, jamás se habría descubierto que había sido envenenado. Un estudio del equipo médico que sigue el caso ha sido publicado recientemente en The Lancet, donde indican que cuando trataron a Yushchenko no existía tratamiento específico y la estrategia utilizada fue un control exhaustivo del veneno. Tras varios años han conseguido que el veneno se fuera poco a poco eliminando de su cuerpo, siendo las heces, donde se concentraban la mayoría de los metabolitos, el contenedor ideal para trasportar los numerosos restos de toxina hacia un lugar lo más lejos posible de su deteriorado organismo. Yushchenko se ha salvado, aunque su rostro de galansote ha pasado al de malo de película picado de viruelas, cosa que no podrán decir otros personajes famosos de la historia cuyo cuerpo no resistió la ingesta de diferentes productos tóxicos, ya fuera por propia voluntad, por la terceros o incluso accidentalmente.

Obviamente, el más cercano a Yushchenko es el del ex espía ruso Alexander Litvinenko, que fue envenenado con polonio radioactivo por meterse en camisa de once varas al investigar el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya. La historia suena a tiempos de la KGB, rusos malosos y todo eso, pero el caso es que el pobre hombre acabó listo de papeles. Si nos remontamos muchos años atrás, el gran Sócrates tuvo que tirar de cicuta, una planta con unas hojas similares al perejil con manchas púrpuras que provoca parálisis, típico de las plantas cuyas sustancias son alcaloides. Lo tenían enfilado desde hacía tiempo así que el filósofo decidió beberse la muerte mientras se daba un baño y seguía de paso dando lecciones a los presentes, como deja constancia Platón en Fedón, convirtiéndose en un precursor de una legendaria frase del escueto guión de Rambo al ir detallando como le iba afectando al cuerpo el veneno que había digerido y soltar No siento las piernas.

El curare, extraído de las raíces del Chondodendrum Tomentosum –casi ná- y de la corteza del Strychnos toxifera, es otro veneno que produce parálisis y asfixia, y ha sido siempre utilizado por los indios americanos bien para cazar, bien para enviar a los hombres blancos con aquel Dios que estaban empeñados en imponerles sin preguntarles nunca su opinión al respecto. En 1917, el primer ministro británico David Lloyd George estuvo a punto de convertirse en estatua si no llega a intervenir el servicio secreto y evitar un atentado en el que sus enemigos querían lanzarle un dardo bien mojaete en curare.

Otro veneno natural y de los más mortíferos es la picadura de la cobra, que puestos a elegir, mucha gente la firmaría antes que la de la víbora, que provoca una muerte lenta y dolorosa. Eso debió pensar seguramente la mítica Cleopatra, que según cuentas las crónicas eligió una cobra egipcia para suicidarse, que prácticamente era picar el billete y ya estaba uno arriba de cañas con los viejos conocidos.

El arsénico siempre ha sido un clásico en esto del veneno. Sin llegar a los extremos de las dos tías de Mortimer Brewster (Cary Grant) en la memorable película de Frank Capra Arsénico por Compasión, los Borgia, que eran unos cachondos, apañaron una pócima compuesta por vitriolo –sulfato de cobre- y pequeñas cantidades de arsénico, que como todos sabemos apenas tiene sabor, obsequiando a sus destinatarios con un ataque letal a su aparato digestivo. Dicen que Napoleón murió envenenado, aunque que parece ser que tal envenenamiento es posible que se debiese al saturnismo, envenenamiento con plomo, seguramente por el agua que bebía, al igual que Beethoven, que antes lo dejó sordo como una tapia, con dolores frecuentes de cabeza e incluso su amplia melena grisácea cuentan que se debía a sus efectos. Un análisis de ocho de sus cabellos parecen demostrarlo, al igual que no tomaba los fármacos de la época para paliar la intoxicación. Por lo visto el agua del Danubio es rica en plomo y la consumía diariamente, amén de que en aquellos días muchas de las tuberías estaban construidas con tan material.

El pintor flamenco Pedro Pablo Rubens, así como otros posteriores como Renoir o Paul Klee también es posible que sufriesen intoxicación por metales pesados como el cadmio o el mercurio que contenían las pastas utilizadas para pintar, principalmente el rojo y el amarillo. Como crack indiscutible en cuanto a la forma de morir tenemos al legendario y malévolo monje Rasputín, con el que no podía ni el ácido. Le intentaron envenenar con unas pastitas de té aderezadas con cianuro, como no cascaba -probablemente, el monje tenía alguna carencia de ácido en el estómago, lo que motivó que el cianuro no pasara a ácido cianhídrico- le pegaron un tiro, el Raspu se levantó al rato e intentó estrangular a su atacante, llegaron refuerzos y le volvieron a disparan, al rato el monje se vino otra vez arriba y acabaron tirándolo al río, donde lo encontraron tres días después con algo de agua en los pulmones –estaba vivo cuando lo lanzaron- y con los brazos levantados, como si estuviese intentando salir del hielo. Supongo que después lo enterrarían bien hondo y sobre la tumba echarían varias camionetas de hormigón, y después varias planchas metálicas unidas con tornillos rosca chapas, no fuera que el barbas le diese por hacer de las suyas otra vez.

Para terminar, citaré una sentencia de un alquimista famosísimo como fue Paracelso, nombre también del grupo de música de ese galeno metido a humorista ingenioso llamado Wyoming. Decía Paracelso que cualquier cosa podía ser veneno dependiendo de la dosis que se suministrara. Y qué cierto es, pues algo tan simple y aparentemente inocente como el agua o los sugus, tomados en grandes cantidades le pueden hacer reventar al igual que un potente veneno en pequeñas dosis.

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