El-padre-Ernetti-y-el-Cronovisor

El inventor, por naturaleza, es un tipo inteligente y erudito que portando el estandarte de la vanguardia intenta con esfuerzo clavarlo en la colina del éxito, casi inaccesible terruño cuya llegada significa directamente un asiento en la historia. Si a esto le añadimos un kit de canosos pelos locos, gafas de pasta y lápices y calculadoras sobresaliendo del bolsillo de su bata de trabajo, ya tenemos el arquetipo de inventor chiflado que lo mismo hace andar una escoba con la dinamo de una bici que te construye un autogiro con el wáter de casa, utilizando la escobilla como timón de mando.
El caso es que, pese a que la mayoría tarde o temprano han gozado de celebridad gracias a las ventajas de su uso, hay inventos que o bien se ocultaron al común de los mortales o bien nunca existieron, aunque la leyenda urbana, convertida ya casi en disciplina digna de estudio universitario, jure y perjure que claro que existieron. Faltaría más.
Todos hemos oído hablar de los mitos nazis y su increíble capacidad creativa con fines bélicos. En este caso, más que mitos son realidades que sin embargo el ejército norteamericano, perro viejo donde los haya, supo ocultar y apropiárselos para sus propios fines tras encontrarse al final de la guerra con verdaderos arsenales de armas con una tecnología superior a la suya en lo menos veinte años. Muchos de los supuestos platillos volantes de los cincuenta no eran otra cosa que vanguardistas aparatos aéreos que los del tío Sam había afanado a los del tío Adolfo. Pero bueno, no es el caso que nos interesa.
Allá por 2009 se estrenó en España una peli titulada Imago Mortis en la que nos cuentan la historia del Tanatoscopio, una máquina de origen medieval a través de la cual se podía reproducir la última imagen que la retina guarda en el momento de la muerte. Bruno, un atormentado estudiante que parece no haber superado la muerte de sus padres en un accidente de tráfico, descubre el aparato de coña y a partir de ahí se empiezan a cometer una serie de asesinatos hasta que el mozo descubre todo el pastel y lo resuelve, tras jugarse el pellejo, of course. La peli, una caca de la vaca.

Desgraciadamente lo que suele ocurrir con gran parte de films con una premisa interesante, los cuales al adentrarte en historia la burbuja de ilusión inicial se desinfla con la rapidez de un condón pinchao. Si es americana, produce hasta risa, pero si es española se ceba uno con ella. Es nuestro carácter, qué le vamos a hacer. Lo importante del caso es que la idea no era nueva, sino que se trataba de una revisión de un viejo sueño científico.
Dicen incluso que en tiempos de Jack el Destripador, Scotland Yard intentó descubrir el careto del asesino observando las retinas de una de sus desgraciadas víctimas, sin ningún éxito por su parte. Sin embargo, fue Julio Verne, cómo no, el que estuvo también en el ajo de esta teoría y tras realizar algunos estudios lo incluyó en una de sus novelas, Los Hermanos Kip, devorada en mis años mozos mientras marcaba sus páginas con migas de aquellos potentes bocatas de chorizo con los que por esa época merendaban los infantes. Los Kip, tras ser rescatados de un naufragio y ayudar contra un posterior motín de la tripulación, son acusados del asesinato del capitán, hasta que el armador, que cree en su inocencia desde el principio, demuestra, gracias a una foto que le hizo a su amigo fallecido pocos instantes después de morir, que los asesinos son dos miembros de la tripulación cuyo rostro aparece congelado en las pupilas del capitán.
Pero el invento que de verdad mola es el Cronovisor. Una leyenda urbana pura de oliva de la que podemos encontrar documentación en las hemerotecas. En los años setenta apareció una noticia en los periódicos que indicaba que unos científicos, dirigidos por el padre benedictino Pellegrino Alfredo María Ernetti, habían construido una máquina capaz de fotografiar el pasado. Basaban su teoría en que tanto el sonido como la imagen son energía y esta ni se crea ni se destruye, tan sólo se transforma – eso nos enseñaron en el cole, cuando aún enseñaban de verdad-, pues sólo había que encontrar los restos de cualquier acontecimiento pasado y reconstruirlo. Toma ya. Después ocurrió lo de siempre: que si no se puede utilizar al tum tum porque se podía liar la gorda; que si se podían descubrir cosas que cambiarían la historia; que si lo pillan los rusos la liámos…
La leyenda cuenta que se pudieron ver episodios de la vida de Mussolini, de Hitler al suicidarse, Colón llegando a América, Agustina de Aragón bailando la jota en pelota e incluso, como fin de fiesta, una fotografía de Jesucristo en la cruz. Esta última fue quizá la que dejó en entredicho el curioso aparato, ya que la foto mostrada terminó por descubrirse que pertenecía a un crucificado existente en la iglesia del Amor Misericordioso de Collevalenza (Perugia). La gente se lo tomó a cachondeo, y el pobre Ernetti se convirtió en la risión de turno. Antes de doblar la cuchara en abril de 1994, Ernetti por lo visto envió una carta, que nadie sabe dónde está, indicando que lo del cronovisor era verdad y el aparato existía, siendo la iglesia la culpable del silencio y ocultación del mismo. Sea verdad o no, la historia mola mucho.

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